
REGRESO
El viaje por el campo lo transportó cuarenta años atrás. El entorno del paisaje, aunque cambiado, seguía igual de cubano. Con su verdor despanpanante y oloroso y el frescor del rocío que sobre las hojas y la hierba posaba su voluble presencia. Las yaguas, como chalupas zozobrantes, guardaban a desbordar la lluvia del día anterior, tan cristalina como la luna que los acompañó en el guateque de su primo Ernesto. Como novia de la noche alumbró más que nunca; los anémicos quinqués dieron fe de ello y rendían respeto con su tenue llama ante el resplandor fantasmagórico de tan brillante luz. Ni guitarras, ni tambores, ni siquiera la buyanguería eufórica de la multitud desafinada y aguardientosa, pudo desvirtuar su majestuosa presencia, que a gritos se hacía notar. Los ojos de Carlos solo fueron para ella.
Caminando por la guardarraya, Carlos reconocía cada arbusto que servía de poste a la cerca de alambre. Cada piedra, cada palma, la casa de la gallega, la de Aniceto. El buen Aniceto, quien todas las noches lo esperaba tras el Algarrobo para asustarlo saliendo de improviso con las manos al frente como alma en pena … buuuuuuu… aunque Carlitos no se asustaba en lo absoluto, el pobre viejo se gozaba su maldá con una infantil carcajada. Con una mano en el vientre para controlar la risa y la otra señalando al niño, balbuceaba… que pendejo eres vejigo jajajaja… La Ceiba donde un rayo fulminó a los gemelos Contreras cobijándose de un aguacero, la casa de Cuca la hija de Ovidio, un hombrecito de 5.2, flaco, albino y sin dientes que chismorreaba de todo el mundo, mientras su mujer se acostaba con el batey.
Ovidio era el sereno del ingenio y su hija la amiga secreta de Carlitos. Diez años mayor que él y ya una señorita espigada cuando él apenas meaba dulce. Justo al frente, la Guásima, donde Cuca le dio aquel mate sin precedentes.
- te voy a poner a gozar chama- le decía al oído mientras metía la mano en su portañuela. Carlitos solo veía estrellas y ángeles, a los que miraba anonadado con una inocente sonrisa. Escuchó que Cuca hoy era una gorda viuda y sesentona llena de hijos y nietos y que siempre lo recordaba con cariño … Carlitos carajo, ese era mi machito…
Ovidio murió en la Guerra de Angola, víctima de una mina personal y Cuca cumplió dos años de cárcel por peligrosidad a causa de un altercado a raiz de resivir la triste noticia. En el medio del parque se cagó en la madre de Fidel y el partido por media hora, hasta que un cederista se atrevió a increparla, no sin pagar su osadía. Cuando se le acercaban él y dos de sus compinches, Cuca, de un salto, se abalanzó al susodicho y como gata en celo, le tasageaba la cara con las uñas. Mientras el infeliz se llevaba las manos al rostro, ella ripostaba con una patada en los testículos, dejándolo tendido por quince minutos. Luego siguió vociferando hasta quedar ronca, mientras los otros dos la trasladaban a la estación sin dejar de patear y gritar “ABAJO FIDEL “, ESTO ES UNA MIERDA.
Ya empezaba a divisarse el pozo como a cientocincuenta metros de la Guásima. Apenas lo había visto e instintivamente había apresurado su paso. Ahí estaba el brocal de acero improvisado con piezas inservibles del ingenio y el rail que sostenía la rondana con que subían los cubos de agua. Era la rutina de las tardes al llegar de la escuela. Entre él y su primo Ernesto cargaban alrededor de veinte o treinta cubos diarios. De dos en dos iban llenando los tanques de cincuenta y cinco galones donde la almacenaban para bañarse y cocinar. A solo tres metros del pozo, estaba lo que quedaba del bohío que lo vio crecer, el piso de cemento y algunos alquitrabes corcomidos por la interperie, el tiempo …la ausencia.