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T                   Tomás Figueroa y Bebo Cárdenas

 

 

 

            Paseando junto a mi Madre

 

 

 

Solía pasear de la mano de mi madre Acelia cada tarde después del baño. Nunca supe si para calmar mi desasosiego compulsivo o para llamar la atención de mi padre que alzaba la cabeza como venado de monte cada vez que salíamos por la puerta. El barrio donde vivíamos era de clase social heterogenea, lo mismo encontrabas un médico, un albañil, un ingeniero o un mesero, así que se respiraba los beneficios e infortunios de su diversidad. Podías estar en el absoluto silencio en cualquier día u hora o en la pachanga más bulliciosa que puedas inmaginar. Poblado también en disparidad, con blancos, chinos, mulatos y negros abakuá que acaparaban los domingos con sus toques de santo desde las 6 de la mañana. Los tambores batá se encargaban de que no pegaras un ojo a partir de esa hora. Desde que sonaba el primer golpe de tambor siempre escuchaba a mi padre vociferar  …aquí se trabaja carajo!!!! , pero su voz se perdía en la síncopa retumbante del itótele, el okónkolo y el iyá. Y en realidad ellos también trabajaban y duro. Casi todos eran estibadores del muelle y en una época donde todo era a lomo -sin grua- y mal pagado. A mi madre no le molestaban mucho sus domingos malogrados por los ñáñigos, pero le hervían la sangre los hipócritas "trabajos voluntarios" que también arruinaban nuestros domingos, pero sin el encanto folklórico del plante. Al final del día, no tenían nada de voluntarios, si no asistías quedabas en una lista negra y ellos se encargarían de hacerle la vida imposible a los alistados involuntarios.

 

Acelia, entalcada hasta las orejas, en bata de casa y con su radiecito ruso de baterías, sintonisaba su programa favorito de esa hora, "Recuerdos del ayer" caminaba de bolero en bolero, callada, sonriente. Sus pasos eran una extensión de su paciencia, que en vínculo incorporeo, contrastaban con el romanticismo de la lírica cursi, apasionada y soñadora como ella. 

 

- Son "Los Tres Reyes" Robertico, un trío de México.

 

Asentí con la cabeza y continuó su paciente paso. El sonido distorsionado de aquella melodía escapaba por la bocinita rusa pronunciándose, revelándose. Creo que no hay nada más libre que el bolero, su espontaneidad y franqueza disiente con cualquier dogmatismo. El bolero es tolerante, irreverente, machista, gentil, caballeroso, apolítico. Aún así, moribunda, herida por la torcedura difusiva, aquella melodía asomaba con toda su elegancia y distinción. Es el recuerdo más lejano que tengo sobre armonía, sobre tres voces a diferentes alturas enlazadas en perfecta amalgama, con los años lo conocí como empaste, pero de niño solo sentía una fusión de voces demasiada enrevesada para mis nóveles oídos. La única referencia que tenía a esa edad para la velocidad con que escuchaba tocar al requintista era "El Vuelo del Moscardón" o del abejorro, una melodía rusa muy conocida. Yo preferiría compararlo con el vuelo del colibrí o Zunzún, como comúnmente se le conoce y que es igual de rápido en el movimiento de sus alas pero con más porte y menos ruidoso. Era el único trío que había escuchado en mi corta vida, pero tuve la certeza de no tener que escuchar ningún otro para saber de qué se trataba. Mi madre la seguía tarareando como cualquier bolero de moda, pero no abandonaba esa sonrisa cómplice y confiada. Ella murió unos días después de ese instante, yo tendría 8 años, pero por alguna razón solo la recuerdo hasta ese momento, a veces como el último donde tuvimos una conexión, a veces como punto de partida de lo que continuaría siendo mi vida, pero me atrevería a asegurar que allí volveremos a vernos.

 

Unos años después comienzo a cantar en tríos. En el 93 me alejo de mi patria con más sueños que expectativas, pero con una rara certidumbre a lo inesperado, al cambio, al reto. Ese año llego a Puerto Rico y canto con tríos increíbles que me honraron dándome una oportunidad. Conozco a personas admirables con quienes trabajé en proyectos asombrosos, dejándome experiencias inolvidables, entre ellas el empresario Tomás Figueroa, con quien trabajé en varias ocasiones. Pero esta vez Tomás contrataba a los Tres Reyes para un show llamado "Un As y Tres Reyes" en alusión a Marco Antonio Muñiz "El Lujo de México" quien había sido integrante del legendario trío "Los Tres Ases". A raíz de esta presentación el señor Figueroa recibe una llamada de Gilberto Puente, aquél requintista que había escuchado junto a mi madre un día cualquiera o quizás el preciso día y que era nada menos que el director del último de los Grandes Tríos "Los Tres Reyes."

 

-Tomás, te habla Gilberto, tengo a los Tres Reyes sin primera voz, recomiéndame a alguien en la isla que pueda hacer ese trabajo.

 

La respuesta de Tommy, como cariñosamente le llamamos sus amigos, pudo ser cualquiera, talento es lo que sobra en Borinquen y en sus manos estábamos todos, pero en ese preciso segundo solo pronunció un nombre, Bebo Cárdenas.

 

- Bebo Cárdenas Gilberto, este es su teléfono...

 

Ya han pasado 9 años de ese segundo trascendental y no puedo hablar del tema sin percibir la sonrisa cómplice y confiada de mi madre tarareando aquella melodía distorsionada de los Tres Reyes.

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